Después de almorzar me senté con la cucha a tomar tinto en la sala, al lado de una repisa llena de sus trofeos deportivos.

-Cuando entré a cuarto de primaria y conocí el voleibol, conocí también la gloria. Yo veía un balón y me quería morir – empezó ella a recordar con la emoción dando saltos en sus ojos. – Me metía a los partidos en todos los recreos. Yo veía que tenía aptitudes para el juego, sobre todo para los saques. Uuuuf. Me encantaba intentar hacer saques buenos, corchadores. Imaginate que me iba tan bien jugando, que los profesores me empezaron a buscar para los torneos del colegio. Qué emoción la que me dio cuando jugué el primer partido de mi vida. Obviamente se rotaban las jugadoras dependiendo de su desempeño, entonces yo me ponía las pilas para que no me quitaran la oportunidad y me mandaran a la banca.
Cuando pasé a quinto y me volví de las grandes del colegio, los profesores nos habilitaron un espacio para que nos quedáramos jugando en cuanto terminaran las clases a las 5 de la tarde. Yo era la primera que alzaba la mano y me anotaba, dispuesta para entrenar – . Mientras tanto, yo con los ojos y los oídos bien abiertos para no perderme ni una palabra de esta historia que escondía un halo de nostalgia.
-Como yo no tenía tenis para jugar y los zapatos del colegio me tallaban, una profesora que me quería mucho me regaló unos Nike. Ese fue el día más feliz de mi infancia. Cuidé esos tenis como un tesoro hasta que mi papá los descubrió y se enteró de mi gusto por el voleibol. Pues se enojó tanto que inmediatamente se opuso a que jugara. Decía que no podía quedarme hasta más tarde en el colegio perdiendo el tiempo porque tenía que llegar a la casa a hacer el oficio. Éramos una familia muy pobre, compuesta por 10 hijos y como yo era la mayor de las mujeres, tenía la obligación de colaborarle a mi mamá con todos los qué haceres. Como realmente el deporte me gustaba tanto, persistí un tiempo. Me quedaba jugando cada día después de las clases y al llegar a la casa siempre me recibían con una pela, un regaño, un castigo.
La situación empezó a ser insostenible con mi papá, hasta me botó los tenis. Entonces yo con mucha tristeza me salí del equipo del colegio. – Empezó a llover un poco y yo le pedí a la cuchita que me esperara un segundo para servir más tinto.
-Años después cuando entré a trabajar en el área de ventas de una empresa en Girardota volví al deporte. La empresa se preocupaba mucho por las actividades de los empleados y tenía tremendas canchas para jugar futbol, tejo y voleibol. Lo primero que hice cuando entré a ese trabajo fue comprarme unos Nike nuevos y meterme a los torneos de voleibol y tejo. Aunque pertenecía a esos dos equipos, yo me hacía matar por el voleibol y también ahí me iba muy bien con los saques. Entonces bueno, yo era una tremenda para esa situación. –
– ¿Y a qué hora entrenaban o cómo hacían con el horario de la oficina? – le pregunté impaciente por conocer los detalles.
-Los partidos de voleibol eran a las 12 del día . En la empresa siempre íbamos de vestido, medias veladas, zapatos tapados, con peinados y maquillaje elegante. Pero a mí no me importaba. Yo me quitaba todo, me ponía el uniforme y a sudar. Jugábamos, nos bañábamos, íbamos a almorzar y después trabajaba por la tarde delicioso, llena de energía. También cuando jugaba tejo disfrutaba mucho. Era una risa y un goce espectacular.
Incluso llegué a jugar en la bolera de la 70. Al salir de trabajar cogíamos el bus de la 80 y nos recibían con empanadas y gaseosas. Después, la premiaciones eran una fiesta: baile, comida, traguito.
Me gocé el deporte con locura. Incluso hoy después de tantos años y achaques, te consta, me quedan las caminatas, el yoga y la rumba aeróbica, prácticas a las que también les saco mucho gusto. Creo que en resumidas cuentas, lo importante es el movimiento. El movimiento es la vida.