Para celebrar este mes, les voy a contar una historia en la que presencié la magia del dios del fútbol:

El otro día fui con mi hermano a ver jugar a Ronaldinho. Recuerdo que la noche anterior no pudimos dormir de la ansiedad tan berraca. En cuanto la luz empezó a filtrarse por la ventana de la pieza, nos levantamos de la cama. Queríamos llegar con mucha anticipación al estadio para lograr una buena ubicación junto a la barra y poder ver de cerca la cancha de fútbol.
En el partido se iba a enfrentar Nacional contra Atlético Mineiro. El corazón se me iba a salir del pecho como si de un saque de banda se tratara. No podía dejar de mover las manos y comentar con mi hermano. Ese día iba a cumplir un sueño.
Yo me había llevado puesta mi camiseta del Nacional para apoyar al equipo. Pero también llevé la camiseta del Barcelona que mi papá me había regalado, era original y tenía el 10 de Ronaldinho. Al llegar a las gradas, la colgué encima de la bandera que se levantaba junto a nosotros.
Cualquier manifestación de alabanza, se quedaba corta si la comparaba con la emoción tan brutal que sentía por dentro.
En el cielo no se asomó ni una sola nube. Todo al rededor, parecía estar preparado para cooperar con la grandeza.
Es que ver jugar a Ronaldinho es el sueño de cualquier amante del fútbol y ustedes lo saben.
En ese momento yo, que había pasado horas enteras disfrutando de videos en los que él hacía magia con la pelota en la cancha, tiraba pases, armaba jugadas, hacía dribling y le enseñaba a jugar a Messi, tenía la oportunidad de estar ahí, cerquita, a unos pocos metros de distancia, observando en vida real cómo es que el man voltea la cara hacia el lado izquierdo cuando hace un chute para el lado derecho y logra que el balón llegue preciso y oportuno a los pies de su compañero, haciendo un centro de toda la cancha. Uuuf.
Eso es mágico. Eso es estar en presencia del dios del fútbol.